Hoy llovió
fuerte sobre mi ciudad. Cuando digo fuerte, me refiero a que en el día hubo
granizo, piedra, viento, relámpagos, rayos y todas esas cosas que los
meteorólogos entienden por…precipitaciones aisladas.
¿Se ríen de nosotros no? Se juntan entre ellos a tomar un café y empiezan a
contar historias como “jaja anoche en el informativo les dije que hoy no iba a
llover a la hora del partido y mirá” (señala a la gente mojándose en la tribuna
a través de la televisión).
A lo que salta otro diciendo, “Yo el miércoles anuncié lluvia torrencial y al
otro día veía algunos boludos de paraguas”.
En fin. Meteorólogos, dejen de robar la plata.
Pero yo iba a hablar de los días de lluvia.
Hay gente que usa paraguas. Hay gente que odia el paraguas y camina cual día de
sol bajo la lluvia.
Hay paraguas que han cambiado tanto de dueño que no encuentran sentido de
pertenencia en ningún hogar. Es que el paraguas debe ser de los objetos menos
apreciados.
Uno suele tenerle cariño a esa remera, zapatilla…que no quiere dejar de usarla
por más vieja, gastada que esté. Con el paraguas eso no sucede. Si el viento lo
rompió, uno seguramente disfrute tirándolo, es más, hasta quizá lo rompa -aún
más incluso- por abandonarte en eso momento que uno lo necesitaba.
Se terminaron, al menos como costumbre, los paraguas grandes, largos, que
duraban toda la vida. Eso que usaban nuestros abuelos. De punta capaz de
cometer un asesinato. Hoy son chinos, encogidos miden 25 centímetros y entran
en la mochila o cartera…así duran.
Los días de lluvia incluyen, baldosas flojas que secas pasan desapercibidas,
pero que con el agua pueden hacer un enchastre. Ese momento en el que sentís
que pisaste en un lugar en el que no debías haberlo hecho y el agua
–generalmente con barro- sube hasta ensuciarte el calzado, o el jean incluso si
pisaste con ganas.
Las baldosas flojas son más graves aún porque están en desuso –al menos en lo
personal-, las botas de goma. No podían faltar los días de lluvia cuando iba a
la escuela, sin embargo ahora no. No tienen onda, por eso la muchachada
prefiere andar todo el día con los pies empapados a usar ese incómodo, pero
utilitario, calzado que mantenía los pies secos, fríos, pero secos.
Los días de lluvia tienen también…tortas fritas. Cuando son en la casa de uno
no es problema, debe ser de las cosas más lindas de esos días. El problema es
cuando el olor llega de otras casas y te quedas con las ganas.
Esos días también tienen al pelotudo que te ve llegar mojado y te pregunta “¿te
mojaste”?. No, me entré a bañar con ropa y encaré para acá.
Los días de lluvia tienen por último, acostarse a escucharla si el techo
es de chapa. Como dice el Pelado Cordera en una canción “…por suerte había
chapas que en la siesta, hacían que llover no fuera triste”.
Nota: Gracias a la gente de 13 a 0, fuente de inspiración.