En algún lugar...

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Reflejo en la Ría de Bilbao. Zorrozaure - Bilbao - Por ahora España.

lunes, 6 de febrero de 2012

Perdí 6 kilos


Para un hombre de un metro setenta de altura, pesar noventa kilos, no es nada que esté fuera de lugar. Igualmente, ya habían comenzado a aparecer los primeros calores de octubre y la idea de ponerme lo más en forma posible para el verano, no me parecía un error. Fue así que decidí comenzar a ir a un gimnasio, nuevo en la ciudad, que con lo moderno de sus aparatos, inclinó la balanza a favor de su elección.
Al igual que todo aquel que comienza con una actividad que rompe con la rutina habitual, los primeros días, más allá de ser agotadores en lo físico, revitalizaron todo mi sistema.
Llevaba no más de dos semanas concurriendo al lugar, cuando una mañana cuando me retiraba y revisé el celular tenía una llamada de un número desconocido. No suelo devolverlas, por lo que quedó en el archivo. Si era por algo importante volverían a llamar.
Y así fue, aquella tarde en el trabajo sonó el celular con el mismo número de hacía unas horas. Era el Mambo, amigo del que no tenía noticias hacía por lo menos ya cinco años y del que lo último que me había enterado era que estaba viviendo en Paraguay.
Como todos los amigos que aparecen después de un largo tiempo de ausencia, el Mambo necesitaba un favor. En realidad, más que un favor, estaba en un negocio, en el que yo, por mi trabajo como encargado de la aduana de Colonia, podía participar.
La oferta no era mala. Mi trabajo no era mal pago, sin embargo, la posibilidad de hacerme de una suma de dinero con la que no contaba y haciendo una maniobra extremadamente sencilla desde mi puesto, hacían que dudara de la respuesta que le iba a dar al Mambo, al otro día a más tardar.
No todos los días uno recibe una llamada, ofreciendo ingresar al país 14 kilos de cocaína.
La transacción equivalía a 700 mil dólares, de los cuales, 70 mil quedaban para mi si todo salía correctamente.
Después de una noche de desvelo y de haber imaginado dónde gastar esa plata que iba a caer del cielo, lo llamé a eso de las 6 de la mañana para avisarle que aceptaba la oferta.
Me fui al gimnasio como todos los días anteriores, aunque, esa mañana transpiré más que nunca. Sentía esa adrenalina de saber que en menos de 24 horas, estaría hecho mi parte de la transacción –pasarla por el puerto esquivando los inspectores de la aduana- y fin del cuento.
Ese día estuve 3 horas en los aparatos, pensando –a la vez que hacía ejercicios- si quedaba, más allá de lo completo de la estratagema, algún vericueto por el cuál pudieran descubrirme. Aparentemente el plan era perfecto, si realizaba las maniobras que el Mambo me había dicho, sobre el mediodía del otro día estaría cobrando y deslindado del resto de la operación.
Esa tarde en la oficina se me hizo eterna, quería que sea el otro día, más precisamente las 11 de la mañana, hora en la cual llegaba la lancha contratada para el ingreso de la mercadería
La noche fue más larga aún. Al igual que la noche anterior no pegué un ojo, por lo que al cansancio del gimnasio, había que sumarle el estrés que me había producido y el desvelo, que llegaba a 48 horas ya sin lograr siquiera pestañar.


Como todas las mañanas, volví a ir al gimnasio, esta vez no pensaba en los ejercicios que hacía sino, en los detalles que no podían fallar.
A las 10 de la mañana entré a mi trabajo. Hermoso día en Colonia, que no podía disfrutar hasta tanto no hubiese terminado con la única tarea importante que tenía en el día.
La lancha llegó puntual, con un par de señores a los cuales no conocía y que actuaron de una manera tan natural que ayudaron a calmar los nervios que tenía.
La droga había sido empaquetada disimuladamente y tal como estaba previsto, no fue difícil, encargándome yo del despacho de esa carga, evadir los radares y hacerla pasar directamente a un sector de menor control y en la cual podría continuar su viaje después de cargada en la van, que había estacionado 5 minutos antes.
No todos los paquetes contenían cocaína, algunos eran para disimular el cargamento. Fui llevándolos al lugar dónde uno de los señores los acomodaba en la parte trasera de la Ford del 88.
No sé en que momento ocurrió el descuido. Los señores tampoco lograron percatarse. Cuando nos dimos cuenta, estábamos discutiendo sobe el posible paradero del paquete principal, uno con 6 kilos de la blanca sustancia, que no aparecía por ningún lado.
Ya no había nada que hacer…se perdió en un instante y los tres, en un estado de nervios comprensible por la situación decidimos dar por concluida la búsqueda para no hacer un revuelo y que toda la aduana se entere lo sucedido. Ellos a seguir su camino y yo al trabajo.
Me senté, dándome cuenta de los 70 mil dólares que había perdido, por inexperiente.
Tomé el celular y escribí el mensaje, destinado al Mambo. “Perdí 6 kilos”, era lo único que decía. Los nervios todavía eran parte de mi cuerpo, haciendo que no coordinara bien.
Mambo y “Mamá” están pegados en la lista de contactos del celular por lo que, en mi estado, no me pareció extraño que cometiera la torpeza de enviárselo a mi madre.
A los dos minutos sonó el celular, era ella, alegrándose por mi mejor estado físico y alentándome a que no dejara el gimnasio y el buen comer.
Seguí su consejo, después de todo, esa vida era más sana.

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